jueves, 11 de junio de 2009
La noche oscurecia por el tañir sonoro de los gritos lejanos y del ardiente coro de la muerte que acecha.
La noche languidece envuelta en el sudario del grito moribundo del viejo campanario profundo de tristeza.
La joven calla y tiembla sumida en sombras grises que acechan en la noche con sus negros matices y con sus alas negras.
El grito se repite horrible, blanco y fuerte, e implora la caricia y el beso de la muerte con su dulce ceguera.
Y la muerte no llega, ni llega su negrura ni su dolor descansa ni acaba la tortura que su cuerpo lacera.
Y la joven, desnuda con sus pechos turgentes, se aleja de su lecho y corre entre las fuentes tan blanca y tan ligera con los ojos vacíos y los labios sensuales tan rojos y tan fríos que ríen demenciales, en su fugaz carrera.
Un hijo de la sangre sus dulces pechos toca amándola un momento, besándola e la boca con sus labios de piedra.
Su cuello rosa leve y besa con placer amándola, inocente, amando piel a piel, tomando dulcemente su sangre de mujer que no le sabe a muerte si no a miel.
Fdo: Olaya
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